Reports from North American Theologians

Dr. Geraldina Céspedes, Universidad Rafael Landívar, Guatemala City, Guatemala
Rev. Dr. Carlos Mendoza Álvarez, Univ. Iberoamericana Plantel Santa Fe, México City, México
Prof. Jean-François Roussel, University of Montreal, Québec, Canada
Dr. Geraldina Céspedes Universidad Rafael Landívar Guatemala City, Guatemala
Situación y tareas de la teología en Guatemala y Centroamérica
En Guatemala, las dos últimas décadas se han caracterizado por un creciente interés por los estudios teológicos, tras un largo tiempo en que lo que nos absorbía era la lucha por la sobrevivencia, cómo mantenernos vivos en un contexto de persecución y violencia. Ahora estamos en una coyuntura que representa una gran oportunidad y un desafío para la teología y para los centros de formación teológica, pues cada día son más las personas que buscan una formación teológica seria, un derecho que tuvo que ser postergado durante los 36 años de conflicto armado. Ese interés por la formación se manifiesta en los esfuerzos que está haciendo mucha gente por acceder a algún centro o universidad para realizar estudios teológicos como su segunda o tercera carrera (caso de las personas adultas o mayores) o como primera carrera (situación de los más jóvenes). Esta demanda no vista antes en la historia de Guatemala tiene tres características principales: 1) su marcado carácter laical, ya que hay centros de formación con una presencia significativa de laicos y laicas; 2) la irrupción de las mujeres laicas y religiosas, en aquellos lugares que permiten su acceso; 3) la presencia creciente de personas indígenas. Todo ello representa una novedad y un gran desafío para los centros de formación teológica que tradicionalmente habían diseñado sus estructuras y sus programas de estudios para unos destinatarios distintos (los centros de formación teológica no eran lugares a los que podían acceder fácilmente los laicos, las mujeres y los indígenas, sino que se orientaban a la formación de sacerdotes y religiosos, de varones y de población mestiza).
Este contexto representa una gran oportunidad para el quehacer teológico en Guatemala y Centroamérica, pero también se vislumbran algunas amenazas: como se va notando una creciente demanda de centros de formación teológica, puede caerse en “abaratar” el producto y en una competencia entre los centros de formación; también se atisba el peligro de convertir la formación teológica en un “negocio rentable” ahora que, como me decía un amigo, “estudiar teología está de moda”; además, el interés por hacer la teología asequible para todos y todas, sacándola de su histórico carácter de propiedad privada o artículo de lujo para algunos privilegiados, puede llevar a una pérdida de la rigurosidad y del nivel de exigencia en los trabajos e investigaciones teológicas. O también, y esto sería a mi juicio lo más peligroso, se podría caer en ofrecer una teología para “todos los gustos”, que deje contentos y satisfechos a todos, una teología light y apolítica, en la que los centros de formación no definen una postura determinada ni asumen una teología más crítica, liberadora, creativa y comprometida con los grandes clamores que están brotando desde la realidad guatemalteca y centroamericana.
Otra amenaza que ya ha comenzado a hacerse manifiesta es tener una población de estudiantes de teología que no pueden concluir sus estudios debido a carencias económicas, a falta de planificación de sus vidas o por desplazamientos forzados e inesperados a causa del clima de violencia e inseguridad que desde hace años afecta a Guatemala y a la mayoría de los países de Centroamérica. ¿Cómo dedicarse a la teología cuando hay que luchar por la sobrevivencia y vivimos constantemente en situación de emergencia? No obstante todas estas limitaciones, hay una creciente conciencia en los creyentes de Guatemala de que la formación teológica no es algo superfluo, sino que más que nunca es tarea urgente y necesaria para leer desde los ojos de Dios lo que estamos viviendo como pueblo y para ofrecer un horizonte de sentido y una esperanza en medio de una realidad de muerte y destrucción. La formación teológica es un horizonte prometedor para seguir fortaleciendo los resortes espirituales y la resistencia de un pueblo que está atravesado por múltiples dolores y carencias; representa una esperanza de renovación para la Iglesia y un fortaleciendo de su capacidad de dar respuesta creativa y lúcida en una coyuntura en que las instituciones eclesiales, en general, aún gozan de credibilidad en la sociedad guatemalteca por su profetismo, su cercanía y opción por los más pobres y por su trayectoria martirial.
De cara a seguir siendo una instancia crítica y a decir una palabra significativa desde el Evangelio, la teología en Guatemala tendrá que plantearse algunas preguntas y algunas tareas urgentes, entre las cuales señalo estas siete:
Cómo responder desde su carácter propio al gran desafío de Guatemala que sigue siendo el empobrecimiento creciente, el abismo entre ricos y pobres y la cultura de la basura en que viven los pobres a quienes se les dan las sobras, lo que no vale nada (comida basura, trabajo basura, vivir en la basura y hasta ser considerados ellos mismos como la basura de la sociedad). Esto implica que teólogos y teólogas no debemos conformarnos con teologizar sobre el pobre, sino desde el lugar del pobre y buscando que los pobres y todos los sujetos ignorados o excluidos tengan acceso a la vida digna y también a la formación teológica. Pero sobre todo implica que estemos dispuestos a pasar el test que nos hace la realidad de los que sufren y que cuestiona la utilidad y el sentido de nuestra teología, que era lo que inquietaba a Ellacuría cuando decía que teníamos que plantearnos la cuestión de “a quién sirve lo que hacemos y para qué de hecho sirve lo que hacemos”[1].
Cómo ayudar a tejer desde la diversidad étnica, lingüística, cultural y religiosa de los pueblos de Guatemala, contribuyendo a la superación del racismo y la exclusión. La teología tiene aquí una gran oportunidad y un desafío al que todavía no responde porque no se atreve aún a hacer un proceso de descolonización ni se atreve a beber de otras fuentes, concretamente de la sabiduría de los pueblos indígenas. La teología en este contexto tiene que acentuar la dimensión intercultural e interreligiosa, ayudando a gestionar la diversidad como riqueza, como belleza, como un don de Dios y no como un problema.
Cómo hacer una teología que responda a las interrogantes que brotan de la vulnerabilidad ecológica y social de Centroamérica en que a lo largo del año hay tanta destrucción y muerte por los fenómenos naturales y por la codicia y la rapiña del sistema que está expoliando de la tierra y sus recursos a los pueblos originarios. La teología ha de impulsar un nuevo paradigma de relación con el medio ambiente en el que la tierra no sea vista como una mercancía y en la que se recupere su sacralidad, en un país mayoritariamente indígena en el que la comunión con la madre la tierra es elemento distintivo de su cosmovisión y su espiritualidad. Frente a la crisis que se está viviendo en Guatemala con la tramitación de más de 600 licencias de explotación minera y con la criminalización de las luchas sociales, a la vez que el fortalecimiento de la resistencia de los movimientos sociales ante la depredación de la naturaleza y el expolio de los recursos, la teología no puede pasar de largo y ha de integrar en su reflexión esta perspectiva.
Hacer una teología en clave de caricia en medio de un pueblo tan golpeado y con heridas que aún no han cicatrizado. Desde la búsqueda de la verdad, la recuperación de la memoria histórica y la justicia para las víctimas, la teologia tiene que ayudar a ir sanando las heridas de la guerra, de la violencia y del hambre. La teología tiene que ofrecer su palabra, la visión de Dios para seguir fundamentando e iluminando la búsqueda de los desaparecidos, la justicia por el genocidio, la lucha contra la impunidad y los procesos serios de perdón y reconciliación.
Cómo responder al clamor de las mujeres ante las injusticias y la exclusión de que somos víctimas en la sociedad y en las mismas instituciones eclesiales. En Guatemala la teología feminista es una de las vertientes más urgentes y prometedoras en medio del clamor y del dolor por las múltiples formas de violencia hacia las mujeres, que se expresa desde la feminización de la pobreza, la feminización del hambre y del analfabetismo, hasta llegar a las situaciones más clamorosas de la comercialización de los cuerpos de las mujeres en las redes de tráfico de personas y su eliminación por el feminicidio. Por otro lado, un signo de los tiempos al que tiene que responder y sumarse la teología en Guatemala y Centroamérica es el fortalecimiento de la conciencia de género y el crecimiento y empoderamiento de los movimientos de mujeres, algo realmente prometedor y esperanzador.
Descolonizar y desclericalizar la teología: no se trata solamente de que haya más laicos y laicas en los centros de formación teológica y en la enseñanza y elaboración de la misma, sino que los mismos laicos y laicas salgan de la tutela clerical y que hagan un proceso de desclericalización y descolonización de los mismos programas de estudio, que se ejerciten en el quehacer teológico desde nuevos paradigmas, cruzando fronteras e incursionando en escenarios nuevos y en temas aún no explorados, pues hay formas de hacer teología que todavía no hemos estrenado.
Ayudar a cultivar una espiritualidad de la red, la interconexión, la reciprocidad y la sinergia entre instancias teológicas, entre iglesias y movimientos sociales, superando así el aislamiento y la fragmentación, la competencia y la rivalidad. Los esfuerzos de articulación y de búsqueda conjunta no sólo harían más eficaz nuestro servicio a la Iglesia y a la sociedad, sino que al ser portadores de un valor testimonial, daría mayor credibilidad a nuestra misión como teólogos y teólogas.
Prof. Dr. Richard Gaillardetz Boston College Boston, USA
Catholic Theological Society of America President’s Report to INSeCT on Theology in North America
It is extraordinarily difficult to provide a summary of the state of theology in North America. This brief report, however inadequate, will be divided into two sections: 1) promising developments and 2) issues of ongoing concern.
Promising Developments
Any discussion of the state of Catholic theology in North America must begin with the changing makeup of the North American theological community. Although the Catholic Theological Society of America (CTSA) is not the only Catholic theological society in North America, it is by far the largest and so the changes in the CTSA reflect larger developments in the North American church. Fifty years ago the Catholic Theological Society of America was composed almost exclusively of priests and professed (male) religious. Now the society has shifted to include a significant number of lay theologians. Moreover, a third of the 1274 members in the CTSA are women. As one might suspect, the diversity in the makeup of the Catholic theological community has led to a much greater diversity in the way theology is being done and the topics that are garnering theological attention.
We are seeing a growing interest in various forms of contextual theology with significant contributions from Latino/a and African-American theologians. This is reflected in such vibrant theological societies as the Academy of Catholic Hispanic Theologians in the United States (ACHTUS) and the Black Catholic Theological Symposium (BCTS). In particular, our theological community is just beginning to recognize the full implications for the US of dramatic demographic shifts that will result in a US Catholic church that in a few short decades will be more than 50% Latino/a. Adding yet another dimension to the North American theological scene is the regular attendance at the CTSA’s annual convention of a significant number of theologians from Australia, Western Europe, Latin America, Asia and Africa. This has added an important international dimension to our society’s theological conversation.
Feminist theology continues to mature as a distinct form of contextual theology, one that shines a light on the pervasiveness of patriarchy in our church and the androcentrism of much Catholic theology. The productive interface of science and religion in contemporary North American theology has engendered important new work on theological issues related to eschatology and cosmology. It has provided the opportunity for more robust theological responses to the so called “new atheists” who often appeal to contemporary scientific developments in their critique of theism. New contributions in the area of theological cosmology have also reinforced the ethical imperative for environmental stewardship and global scope and peril associated with climate change.
The growing number of lay theologians in North America has brought a distinct, more existentially oriented approach to such topics as marriage, family and sexuality. North American theologians are also becoming much more outspoken about the need to address LGBT issues.
Catholic theologians in North America continue to be invested in ecumenical issues with many of us serving on one or more church sanctioned dialogue teams. Moreover, we find it absolutely necessary to draw on the theological contributions of those coming from the Protestant and Orthodox traditions. Many of us teach on faculties or within theological consortia that reflect a rich ecumenical diversity.
Another area of growing theological interest is the emergence of comparative theology as a distinct field of inquiry. At the CTSA’s most recent annual convention we celebrated the twenty-fifth anniversary of comparative theology as a distinct discipline in our convention structure. Comparative theology is not to be confused with the study of various world religions. A comparative theologian is generally rooted in a particular theological tradition and, from within that tradition, seeks to enter into a fruitful comparative inquiry into the treatment of a particular theological topic within another religious tradition or traditions.
Issues of Ongoing Concern
Theology in the North American context is marked by the constitutional separation of church and state (which takes a particularly acute form in the US). This has raised questions regarding the nature of religious freedom in a religiously pluralistic culture and the need to distinguish between the separation of church and state and the necessary inter-relationship of religion and politics. Catholic theologians feel the need to speak out in the public realm on a wide range of social issues such as immigration policy, wage inequities, capital punishment, abortion, climate change, the use of drones in warfare, etc. Not surprisingly some of the most visible work of Catholic theologians has been in the areas of political theology and social ethics. Another fruitful theological trajectory has challenged the thoroughly consumerist ethos of North American culture and the toxic processes of commodification, including even the commodification of religion, that consumerism has engendered.
Many theologians in North America continue to struggle with maintaining a healthy relationship with the magisterium. The vast majority of Catholic theologians readily acknowledge the distinctive teaching authority of the bishops yet there are concerns regarding the precise nature of the relationship between bishops and theologians. Theologians and bishops agree that our postmodern cultural context has raised new challenges for handing on the faith and supporting a robust sense of Catholic identity. Consequently, most theologians recognize that there is a catechetical aspect of our vocation, particularly as regards the teaching of introductory theological courses to young adults on our university campuses. Yet we fight against the tendency of some of our bishops to reduce the entire theological vocation to mere catechesis in a way that fails to recognize the provisional and exploratory character of the theological discipline. Several instances in which US theologians have been subject to ecclesiastical discipline (e.g., Elizabeth Johnson, Margaret Farley or the ecclesiastical strictures imposed on the LCWR) have raised important issues of ‘due process’ and the need to recognize the distinctive task of theology in the church.
Lastly we must recognize that some of the polarizing tendencies of the US political scene, with its hyper-partisanship and the politics of fear and demonization, have colonized the life of the church and Catholic theology. Significant rifts continue in the theological community with a small but vocal minority of conservative theologians challenging some of the dominant theological currents described above. These voices have felt marginalized within a North American theological community that in their view has become more theologically progressive. This has led some to leave the larger theological societies (such as the CTSA or the College Theology Society) to form new theological societies like the Academy of Catholic Theology and the Fellowship of Catholic Scholars. These two societies presume a more narrowly defined doctrinal orthodoxy as a condition of membership. In a positive development, the USCCB Committee on Doctrine has for the last two years sponsored an annual study day that brings together representatives from six different theological societies representing the entire ideological spectrum for a meeting with the Committee on Doctrine. Our hope is that these annual study days may help overcome the sense of suspicion and distrust that is present in some theological circles.
Finally I think many theologians in North America have been moved and inspired by the fresh reception of Vatican II’s teaching in the pontificate of Pope Francis. We see signs of a thawing of a “theological winter” and a move away from a heavy-handed dogmatism toward a more open and inviting form of dialogical engagement in its many diverse contexts.
[1] I. Ellacuría, Hacia una fundamentación filosófica del método teológico latinoamericano, en: Encuentro Latinoamericano de Teología, Liberación y cautiverio. Debate en torno al método de la teología en América Latina, México, 1975, 631.
Rev. Dr. Carlos Mendoza Álvarez Univ. Iberoamericana Plantel Santa Fe México City, México
La teología católica en México ante el problema del abuso del poder en la sociedad y en la Iglesia
1. Antecedentes históricos
En la última asamblea de Insect, celebrada en el año 2011 en De Paul University en Chicago, la Unión de Instituciones Teológicas Católicas en México (Uitcam) fue aceptada como miembro corporativo ordinario para representar a México en esta red internacional de sociedades de teología[1].
Como se recordó entonces, si bien la Uitcam no es, en sentido estricto, una sociedad de teología sino una unión de instituciones teológicas, su presencia en Insect se explica por el complejo contexto eclesial mexicano de los últimos cincuenta años marcado precisamente por el abuso de poder en la sociedad y en la Iglesia.
Un ejemplo relevante es la breve y accidentada historia de la Sociedad Mexicana de Teología que existió en el siglo XX por escasos quince años, inspirada por el ímpetu propio de la recepción del Concilio Vaticano II característico de aquella época, desarrollando sus actividades entre 1969 y 1984[2].
Pero las tensiones derivadas de la recepción conciliar en nuestro país polarizaron la relación entre el episcopado mexicano y la comunidad teológica nacional[3] que, en diálogo con la teología europea y estadunidense de aquellos años, buscaba abrirse al impulso renovador de la Iglesia latinoamericana y caribeña fortalecida por la II Asamblea General de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam) en Medellín en 1968.
De tal manera que las opciones teológicas de esa época fueron decantándose claramente en polos opuestos: por un lado, una teología apologética, de corte doctrinal y jerárquico, vinculada de manera casi exclusiva al magisterio episcopal latinoamericano y romano; y, por otro, una teología contextual que asumía la hermenéutica moderna y la teología de la liberación como principales claves de lectura de la presencia del Reinado de Dios en la historia del pueblo creyente en México y el subcontinente.
Dichas tensiones quedaron manifiestas en la III Asamblea de la Celam en Puebla en 1979 y se radicalizaron durante el pontificado del Papa Juan Pablo II, teniendo como árbitro doctrinal al Cardenal Ratzinger[4]. Las dos declaraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe (de 1984 sobre la teología de la liberación y de 1986 sobre libertad cristiana y liberación) fueron la estocada final a una estrategia de intervención y desmantelamiento de procesos pastorales, teológicos y eclesiales de una Iglesia mexicana[5] que buscaba estar a la escucha del clamor de los pobres y excluidos.
2. Desmontando los mecanismos de violencia en la sociedad y en la Iglesia
Este contexto de animadversión eclesial estuvo caracterizado por severas críticas a la enseñanza de la teología en diversos centros teológicos del país. En palabras de fray Camilo Maccise Ocd, quien fuera de uno de los actores principales que padecieron esta violencia como fraile profesor primero y luego como provincial y general de su orden en Roma, se trataba de una violencia introyectada en la propia Iglesia. Leamos su propio testimonio:
Otro tipo de violencia en la Iglesia es el dogmatismo que no admite que vivimos en un mundo pluralista en el cual no es posible seguir dominados por un monocentrismo religioso, cultural y teológico. Por el contrario, se requiere una apertura a un policentrismo en todos esos campos. Sin distinguir entre lo esencial de la fe cristiana y sus formas de expresión teológica, el dogmatismo conduce a imponer una sola perspectiva teológica: la tradicionalista, elaborada a partir de condicionamientos filosóficos y culturales de épocas pasadas. Así, sucesivamente en el período posconciliar hemos asistido a la violencia represiva contra una exégesis renovada, contra nuevas perspectivas teológicas europeas, contra la teología de la liberación, contra la teología asiática y africana, contra la teología indígena. Y, ordinariamente, los procesos siguen una pauta de tipo violento: llegan a la Congregación para la Doctrina de la Fe acusaciones de personas conservadoras y ultraconservadoras o de enemigos personales que saben que gozarán de la protección de la confidencialidad y del apoyo incondicional de parte de los responsables de la Congregación; éstos dan a examinar los textos en cuestión a “expertos” que gozarán de la protección del anonimato y que no tendrán que enfrentar al acusado; éste tiene que responder a las acusaciones y ofrecer explicaciones sobre lo que es considerado heterodoxo. Es sorprendente constatar que muchas veces el “experto” basa sus acusaciones en frases fuera de contexto. Después de responder y aclarar las cosas uno no recibe, a no ser en casos especiales, ninguna carta de descargo en la que el Congregación diga que su “experto” se ha equivocado. Tampoco el acusador recibe una amonestación o una pena canónica por haber mentido o calumniado. Este dogmatismo violento frena la investigación y el estudio legítimos entre los exegetas, teólogos, moralistas, pastoralistas. Muchos, por miedo, se imponen una fuerte autocensura. La Iglesia tiene también con frecuencia actitudes impositivas en la sociedad sin tomar en cuenta el mundo pluralista en que vivimos. La Iglesia tiene ciertamente derecho a presentar el evangelio y sus exigencias pero sin dogmatismos y sin pretender imponerlas a quienes no creen o profesan otras religiones. [6]
Tal violencia institucional al interior de la Iglesia católica se tradujo en México, a fines de década de los años ochenta e inicios de los noventa del siglo pasado, en una serie de visitas canónicas para revisar y corregir los planes de estudios, así como depurar el cuerpo docente de numerosos institutos teológicos, en particular, los de que eran dirigidos por congregaciones religiosas[7]. Como uno de los “daños colaterales” de dicha violencia dejó de existir la mencionada Sociedad Mexicana de Teología en 1984.
Tuvo que pasar más de una década para que diversos institutos teológicos con sede en la Ciudad de México tomaran la iniciativa de retomar la colaboración, manteniendo la autonomía de cada uno de ellos, pero creando vínculos de intercambio de programas de estudios, materias, profesores, estudiantes y bibliotecas.
Así nació, en un diálogo cauteloso desde el año 1999 hasta el 2001, la primera red de instituciones teológicas católicas mexicanas que irestos cuatroen el año 2010 1994 con la crisis financiera, los magnicidios y el levantamiento xzazaron durante el pontificado delía celebrando a lo largo de su primera década siete coloquios conjuntos. Fue resultado de un esfuerzo conjunto por encontrar caminos de diálogo teológico que hiciera posible a la Iglesia enfrentar la severa crisis social, económica, cultural y religiosa que vivía México a partir de 1994, debido a la crisis financiera, los magnicidios que cimbraron la vida política del país y la insurrección zapatista que hizo escuchar la voz de los invisibilizados por el sistema.
Como fruto de estos esfuerzos, en el año 2010 se constituye formalmente la Unión de Instituciones Teológicas Católicas en México (Uitcam) como asociación civil reconocida por el estado mexicano. Se formaliza el funcionamiento de esta red por medio de Estatutos y Reglamento. Al día de hoy la Unión reúne ocho instituciones de educación superior en teología católica en la Ciudad de México: la Universidad Pontificia de México (Upm), la Universidad Iberoamericana Ciudad de México (Uia), la Universidad La Salle (Ulsa), la Universidad Intercontinental (Uic), la Universidad Católica “Lumen Gentium” (Uclg), el Instituto de Formación Teológica Intercongregacional de México (Iftim), el Centro de Estudios Teológicos de la Conferencia de Superiores Mayores de México (Cet-Cirm) y el Instituto Franciscano de Filosofía y Teología (Ifft).
En esta última etapa de cuatro años, la Uitcam ha organizado 3 bienales teológicas, con la publicación de las memorias correspondientes. Asimismo instituyó la Medalla al mérito teológico “fray Pedro de la Peña, OP”, primer profesor de teología en el Virreinato de la Nueva España en 1553, en la naciente Real y Pontificia Universidad de México. Este reconocimiento es otorgado a profesores y profesoras[8] que se han destacado por su trayectoria académica y por su aporte a la investigación teológica.
Además, cabe mencionar que en México existen 86 seminarios diocesanos que actualmente dan formación teológica a más de 1,114 mil seminaristas, otorgando el bachillerato en teología (primer ciclo universitario)[9]. Solamente algunos de ellos, como el Seminario de la Diócesis de Zamora en Michoacán, han logrado obtener, ante la Secretaría de Educación Pública (Sep) de México, el reconocimiento civil de los grados filosófico y teológico como una licenciatura de primer ciclo universitario.
Un panorama más amplio y diverso es el de la enseñanza de la teología ecuménica, desarrollada en México por las Iglesias ortodoxa, maronita y por los institutos teológicos luterano, anglicano, bautista, metodista y presbiteriano que colaboran en un proyecto común. El centro teológico ecuménico más importante es la Comunidad Teológica de México[10] que, desde hace cincuenta años, congrega a seis instituciones miembro, con un cuerpo docente de diez profesores estables y alrededor de doscientos cincuenta alumnos inscritos para la formación ministerial en teología de inspiración ecuménica, ofreciendo grados de licenciatura en teología y maestría en ciencias bíblicas y liturgia.
3. Apreciación de la situación de la teología católica en México.
En la última década , ¿cuál ha sido el desarrollo teológico más significativo en su país?
Desde un punto de vista de gestión académica, el desarrollo principal ha sido el avance de las instituciones de estudios superiores para obtener el reconocimiento civil de los programas de teología por parte del estado mexicano. Un proceso que se inició en 1992 con el reconocimiento de las relaciones Iglesia-Estado. Cabe resaltar aquí la resistencia del estado laico mexicano, en su versión anticlerical, para facilitar este reconocimiento de la teología como disciplina científica.
Como resultado de este proceso de modernización, desde 1994[11] es posible obtener en México el reconocimiento de la licenciatura civil en ciencias teológicas (Upm, Ulsa, Uia, Uic), así como de una maestría interdisciplinar en teología (Uia). Queda pendiente el registro de algún programa de doctorado en esta instancia civil mexicana.
A partir de 1999 se abrió también la brecha para la participación de teólogas y teólogos en el Sistema Nacional de Investigadores[12], venciendo las resistencias para el reconocimiento de la teología como disciplina científica y de investigación. Aun no se logra obtener el financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) para proyectos de investigación y becas de estudio, pero se espera que en unos año pueda darse ese paso.
En el contexto eclesial, el desarrollo reciente de la enseñanza de la teología católica en México ha visto el logro de la consolidación de diversos institutos teológicos, algunos vinculados a universidades pontificias nacionales como la Uic que estuvo afiliada a la Upm; y extranjeras como el Iftim afiliado a la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.
Asimismo, desde un punto de vista propiamente académico, el desarrollo de la teología en el país ha visto incrementado el número de alumnos laicos y de mujeres, quienes durante siglos quedaron excluidas de la práctica de la labor teológica en México como en el resto del mundo. También se ha incrementado publicación de investigaciones originales[13], sea por medio de las revistas teológicas ya existentes, sea por la producción de libros en diversas colecciones de editoriales universitarias y, de manera aun incipiente, en editoriales comerciales.
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Cabe subrayar en este apartado la importancia del documento del episcopado mexicano del año 2010 sobre la violencia: Que en Cristo, nuestra paz, México tenga vida digna[14]. Esta exhortación pastoral denota un cambio de sensibilidad ante la violencia sistémica y estructural que vive el mundo y, en particular, México en los últimos siete años con más de cien mil muertos y veinte mil desaparecidos. El análisis interdisciplinario de la violencia que propone este documento del magisterio episcopal, junto con los criterios teológicos, espirituales y pastorales que ofrece, es un signo patente de un celo apostólico renovado. En dicha exhortación los obispos mexicanos asumen un compromiso general para la promoción de la cultura de la paz en los siguientes términos:
n. 230 Nos comprometemos a:
a) Anunciar el mensaje cristiano de la Reconciliación y celebrarla sacramentalmente y curar las heridas de los que sufren con el aceite y el vino de la misericordia. Para cumplir con fidelidad nuestro ministerio de reconciliación tenemos que ser una comunidad cada vez más reconciliada entre nosotros y con la sociedad.
b) Preocuparnos para que todas las familias de las víctimas fatales de la violencia reciban un trato pastoral adecuado y esos momentos sean aprovechados para la oración, la reflexión y acciones de solidaridad a favor de la paz.
c) Fortalecer la acción caritativa de la Iglesia, para que no falte la cercanía fraterna ni la atención personal a quienes más sufren por causa de la violencia. En estos casos, el servicio del amor no es superfluo. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo.
d) Promover, como parte de nuestra misión, que la cultura de la paz gane terreno a la cultura de la confrontación violenta.[15]
La exhortación pastoral hace una breve mención de la violencia al interior de la Iglesia misma, por ejemplo aquélla producida por la mentalidad clerical y machista que predomina aun en México en estos tiempos. Se limita a reconocer en tres números estos graves problemas.[16]
Lo más urgente hoy radica en que queda aun por resarcir el daño a las víctimas de la pederastia clerical, una historia que en México ha tenido una de sus más terribles páginas y que ha sido encubierta de manera recurrente por la jerarquía católica en muchos casos que hoy han salido a la luz de la opinión pública.
¿Cuál sería la oportunidad más significativa en su país para el desarrollo futuro de la teología?
En un sentido institucional, una oportunidad significativa para el desarrollo de la teología es la consolidación de la Uitcam como espacio de interlocución del pluralismo teológico de las instituciones de enseñanza de la teología católica en México. Queda por iniciarse la colaboración con la Organización de Seminarios de México (Osmex) que se encargan de la formación teológica y pastoral del futuro clero.
Pero el principal desafío actual para la teología católica en México consiste en desarrollar una reflexión sobre la experiencia de la fe de un pueblo que afronta con esperanza la violencia sistémica. Para lograrlo es preciso consolidar la interlocución con:
las disciplinas académicas universitarias, en especial con las ciencias sociales, la filosofía y las ciencias;
los actores de cambio social, para tener una palabra significativa y pertinente en los debates nacionales en torno al pensamiento científico, y a temas cruciales de ética como la justicia, la equidad, la violencia y la reconciliación nacional.
En efecto, en un contexto nacional marcado por la escalada de violencia social (paramilitar, del narcotráfico, de la economía globalizada, del gobierno corrupto y de las iglesias que guardan silencio) la teología es interpelada por este fenómeno del horror colectivo, tanto para la comprensión de las causas de esta espiral de violencia, como para el acompañamiento pastoral a las víctimas y la interpelación a los verdugos.
Por otra parte, es indispensable la reflexión teológica sobre la reforma de la Iglesia con el impulso del Papa Francisco, a fin de renovar la misión del anuncio del Evangelio hoy en la aldea global. Al respecto, desde México actualmente participamos varios miembros de la comunidad teológica en el proceso de preparación regional y global del Coloquio Internacional “Vaticano II: acontecimiento histórico y desafío para hoy” que llevará a cabo la Federación Internacional de Universidades Católicas (Fiuc) en abril de 2015 en París.
Finalmente es importante subrayar que, como signo de los tiempos posmodernos[17] en el México actual, reconocemos la práctica del seguimiento de Cristo, tanto en el mundo laical como de la vida religiosa y diocesana. En diversos ambientes ha resultado altamente creativa, muchas veces desde las márgenes institucionales, la práctica de una pastoral de la migración, una espiritualidad de la diversidad sexual y un acompañamiento a los invisibilizados por el sistema, tres ámbitos donde la violencia es enfrentada desde la noviolencia activa que procede del Evangelio.
¿Cuál sería el principal obstáculo para el desarrollo actual de la teología en su país?